No habló por horas, pero cuando vio a su madre ella rompió el silencio. De a poco le contó lo que había sucedido y cómo el tío le robó la inocencia.
Todo comenzó una de esas mañanas de encierro. Ya no iba a la escuela y su mundo se volvió más pequeño. Las tres paredes de block y en la otra la vista al barranco llenaban sus días. Por las tardes, una hora de TV, en la primera planta de la estructura de tres niveles donde viven sus abuelos y otra media en el espacio que comparten con dos perros y media docena de gallinas. Luego de vuelta al tercer nivel, al encierro obligado por una cuarentena que llevaba cuatro semanas de cambiar los hábitos de la familia.
Entre sus abuelos y ella, en el nivel de en medio, vivían su tía, sus dos primos y el esposo Víctor. La madre de Saraí, una vendedora ambulante, la dejaba a cargo de sus abuelos mientras salía a vender frutas en una carretilla de albañil. Víctor, un guardia improvisado, perdió su trabajo a principios de abril y se quedaba en casa mientras daba encargos para uno nuevo. La esposa de Víctor, ante la falta de ingresos, se sumó a la venta de frutas y junto a su hermana dejaban a los niños en casa.
Y fue una mañana, en que Saraí dejó el cuarto de arriba cuando todo comenzó. Los días de encierro, la falta de un empleo y los recursos para alimentar a su familia dejaron salir al depredador que llevaba dentro. “Me ayudó a bajar las gradas y me agarró atrás”, recordó Saraí. Asustada lo volteó a ver y el padre de sus primos solo se rio.
“No se lo digas a nadie o vas a tener problemas, te voy a lastimar”, recordó que le dijo. A media mañana de un martes, Víctor subió al cuarto de arriba, le dijo que la buscaba para que bajaran a jugar con los otros “nenes” y sin pena alguna metió su mano dentro del calzón de Saraí. “Te gusta, verdad, pero ya sabes que no le puedes decir a nadie o te va ir mal”.
Callada y con el miedo que le inspiraba aquel hombre, la niña decidió guardarse lo sucedido. Trató de evitarlo, pero la visita de Víctor se había convertido en una constante en el tercer nivel. Hasta que un día, él la desvistió. “Déjate, vas a sentir rico lo que te voy hacer”, dijo el hombre. Mientras se desabrochaba el pantalón, Matilde, la abuela, le llamó. A sus 76 años, subir las escaleras no era una opción para la mujer y para su esposo, con problemas de la vista, tampoco. Solo los gritos servían para hacer llegar a sus nietos. “Nena, nena, vení”. Él se apartó de ella, no sin antes recordarle que lo que sucedía no lo podía saber nadie.
Finalmente, más temprano en la mañana, cuando la madre y la tía ya se habían ido, Víctor volvió a subir. Esta vez no hubo llamado de la abuela y él la forzó. Con la mano en la boca ahogó los gritos de dolor y con la fuerza de un adulto separó sus piernas. Llena de lágrimas y con las piernas adormecidas se quedó tirada en el colchón. “No podía moverme mamá, no podía”, le contó después. En lo que parecieron horas, los gritos de Matilde comenzaron a resonar en el tercer nivel, pero Saraí nunca bajó.
Los vecinos, alertados por los gritos de la septuagenaria, llamaron a la puerta y subieron a buscarla. “La encontramos tirada y con sangre entre las piernas”, aseguró uno de ellos. ¿Qué pasó?, pero Saraí estaba en shock. No hablaba y solo salían lágrimas de sus ojos. La llevamos al hospital y los doctores confirmaron que había sido violentada. Cuando localizaron a la madre, esta llegó al lado de su hija. Al verla Saraí se quebró. “Fue Víctor mamá, fue Víctor”, repitió histérica. De Víctor nadie supo nada. Le vieron salir a eso de las 10:00 a.m. de la casa. Llevaba una bolsa en la mano y prisa por alejarse del lugar. “Solo desgració a la nena y se largó”, aseguró Matilde. Sobre Víctor pesa una denuncia y una orden de captura, pero se fue, “Dios sabrá a dónde”, afirmó la madre de Saraí.
De acuerdo con Yadira Montes, vocera de la Procuraduría General de la Nación, las denuncias por violencia contra la niñez han ido en aumento. Desde enero a mediados de abril se reportan 645 denuncias por violencia contra niños, de las cuales 90 son de tipo sexual y tan solo en el área metropolitana de Guatemala se registran 34 agresiones de este tipo. “Este encierro hace más mella en el tema de la violencia contra la niñez”, aseguró Montes. Aunque en la PGN no se identifica el tipo de violencia, pues es el INACIF que lo hace, las cifras advierten sobre un incremento. “Estamos hablando que en 107 días, 645 niños fueron víctimas de algún tipo de violencia y en promedio se reportan 6 denuncias de violencia en contra de menores”, apuntó.
Al ser consultado, Michael Santizo, de INACIF, aseguró que desconoce las cifras. Sin embargo, el incremento en casos de rescates por parte de la PGN, nos da una luz de lo que sucede. Entre tanto, Lucrecia de Cáceres, jefa de la Secretaría de la Mujer del Ministerio Público, aseguró el pasado 14 de abril que luego de una baja del 75 por ciento de las denuncias al inicio de la cuarentena, los primeros días de abril volvió a registrarse un incremento en los casos. Cáceres atribuyó este comportamiento al “silencio por la violencia y al encierro”.
Nota del autor: para salvaguardar a la niña agredida y preservar la privacidad de la familia los nombres y el lugar donde sucedieron los hechos han sido modificados.