Mónica tiene tres hijos y siempre llevó una vida muy sana. Se dedicaba a hacer ejercicio y alimentarse bien, sin embargo, nunca pasó por su mente que la posibilidad de ser diagnosticada de cáncer de seno fuera posible.
Recuerda que siempre mantenía sus visitas al médico, además de que se realizaba el autoexamen con frecuencia, pero en una ocasión tocó un lado de su seno, el cual le provocó mucho dolor y sintió un pequeño bulto. Ese mismo día fue con su ginecólogo y a sus 41 años se realizó su primera mamografía; aunque el resultado fue una pequeña mancha, el examen decía que el hallazgo era probablemente benigno y el médico le aseguró que no era nada y podría regresar en seis meses para una revisión.
A los cuatro meses, Mónica salió a correr como era frecuente en su rutina, pero el dolor era cada vez más grande y el bulto que había sentido ya era más grande, así que volvió con el médico y a pesar de realizarse una mamografía magnificada el diagnóstico seguía siendo el mismo de la primera vez, no era nada de qué preocuparse. Este resultado aún la inquietaba y a raíz del consejo de una amiga, buscó una segunda opinión y es así como se realizó una biopsia en Estados Unidos y al siguiente día escuchó el diagnóstico que le cambiaría la vida: “Mónica, tiene cáncer y es agresivo”.
“Sentí que la tierra me tragó, pensaba mucho en mis hijos y en que tenía que dejarlos en Guatemala para comenzar con mi tratamiento en Estados Unidos; pensé que mi vida se había acabado”, recuerda Mónica. Es así como inmediatamente la operaron quitándole totalmente su seno, siendo un trauma terrible; además, le aconsejaron cortarse su cabello porque se le caería debido a la quimioterapia, además de estar sola en otro país.
Estuvo tres años luchando por salir adelante y tratando de vencer el cáncer de seno; estar lejos y pensar que tenía que regresar a casa por sus tres hijos le dio el valor y la fortaleza para hacerlo. Fue una situación difícil por mucho tiempo, pero Mónica admite que el cáncer le hizo cambiar de prioridades y darse cuenta de que era lo que realmente tenía valor en su vida.
“Para mí fue muy sorprendente cuando me quitaron el vendaje y me vi sin un seno; cuando me vi en el espejo, yo gritaba y mientras se me caía el pelo tomé la decisión de raparme y disfrutar estar así y nunca más me importó lo que pensarán los demás”, relata.
Han pasado 11 años desde su diagnóstico y aunque la enfermedad la obligó a hacer un alto en su vida por algún tiempo, también le dio una gran enseñanza y la oportunidad de poder reflexionar de cómo poder ayudar a otras mujeres. “Esta enfermedad me preparó para tantas cosas que vinieron después y le agradezco a Dios porque ahora sé que no soy una mujer miedosa, sino soy muy valiente y capaz de hacer muchas cosas”, cuenta Mónica.
Ahora, esta sobreviviente se dedica a informar y educar sobre los linfedemas, una enfermedad rara que aqueja a muchas personas, incluyendo a aquellas mujeres que han padecido cáncer de mama.
En el 2012 creó la Fundación Guatemalteca para Linfedema Manos Amigas, para tratar esta enfermedad rara. La primera jornada dio inicio con 25 pacientes, asistiendo a los hospitales nacionales, IGSS, INCAN y más adelante a los hospitales privados. Actualmente han atendido a más 1,700 hombres, mujeres y niños; en el 2019 abrió la segunda clínica, en Quetzaltenango, donde han atendido a 15 casos de elefantiasis, que es un tipo de linfedemas.