Alba Trejo
Les hicieron quitarse el pantalón y el calzón, después meterse el dedo en el ano y chupárselo.
Tal como lo hacían las denominadas unidades de la calavera en los campos de exterminio Nazi, los monitores y educadoras del Hogar Seguro “Virgen de la Asunción”, competían para ver quien aplicaba el castigo más cruel a los niños y niñas. Dos pequeñas que buscaron abrigo y protección encontraron terribles tratos en esa casa, donde la muerte llegó disfrazada de fuego.
Este es la primera de las historias de horror de todas las que allí ocurrían. La fiscal general, Thelma Aldana, ordenó revisar las denuncias para deducir responsabilidades en los casos que tenían hasta 10 meses archivadas.
Ocurrió cerca del basurero, a un costado del módulo ocho. Fue la noche en la que a dos niñas las hicieron perder su valor como seres humanos. “La educadora nos hizo ponernos como en sentadillas por más de una hora y después nos obligó a hacer sentadillas por mucho tiempo”. Mientras el frío y la oscuridad penetraban los módulos, en los corredores y los patios del Hogar Seguro, la tortura subía de nivel.
Con sangre fría les ordenó quitarse la ropa.
Quería que defecaran. Quería que las heces salieran de sus cuerpos para que una se comiera los excrementos de la otra.
Buscaba hacerlas sentir que no estaban en un lugar donde debía privar el amor, sino en el auténtico infierno a sabiendas que esa no había sido elección de las niñas.
“Ninguna quisimos hacer lo que nos pedía”, testifican las pequeñas víctimas que fueron reducidas a categorías de animales. Entonces vino lo peor.
Imagínese usted lector ¿qué sentiría si va al MP a poner esa denuncia hace 10 meses y se archiva su expediente? Frustración, miedo, angustia. Por eso callaron los y las niñas del hogar.
La educadora mancillo la dignidad de los que ya eran víctima de maltrato en sus casas.
Como una especialista en malos tratos, la educadora les ordenó defecar, a fuerza ellas lo hicieron; porque el miedo ya se había apoderado de los corazones, de los huesos, de la mente de los niños y niñas.
“Sin pantalón y sin calzón nos obligó a meternos el dedo en el ano”. Mientras la educadora infringía la tortura física y sicológica, las niñas debían chuparse el dedo que habían introducido en su ano.
Las ganas de vomitar obstruían sus gargantas, pero sabían que un incierto castigo iba a preceder a la arcada. Las niñas no estaban tan erradas.
Era la educadora, pero de su boca emanaban solo insultos, palabras soeces. “Pendejas”, “culeras”, “malditas”, “hijas de puta”, “mierdas”.
Golpizas sádicas a veces usando cinchos y otras el propio cuerpo. “A barrer todo el hogar” nos gritaba furiosa. La espalda y la frente de una de las niñas quedaron marcadas por el tenis de la educadora.
Las niñas en el cuarto veían aterrorizadas toda aquella escena, incluso temían que también los ojos de la agresora las sorprendiera viendo como a su compañera la hacían gatear desnuda en el cemento. Al final sus rodillas se tatuaron de sangre y moretones.
Patadas fueron parte de aquellas horas que quedaron plasmadas en un papel membretado del MP junto a otras 30 denuncia que jamás prosperaron y que hasta el día de hoy cobra actualidad después del trágico incidente en donde 40 niñas murieron asfixiadas, con un grito ahogado en la garganta.
Las denuncias y testimonios aquí relatados, constan en los informes circunstanciados de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía Nacional Civil y el Ministerio Público.