De niño, Daniel Gálvez solía perderse con sus hermanas hasta por cuatro horas, para recorrer lo que consideraban un enorme barranco, que colinda con el patio trasero de su casa.
La primera vez que se adentraron en él, sin permiso de sus papás, quedaron sorprendidos al observar miles de mariposas revoloteando entre árboles frondosos, escuchar el canto de diversas aves y un sonido parecido a la caída de agua entre las piedras.
Al abrirse paso entre la maleza con las manos, podían sentir el olor a tierra mojada y hierba húmeda, de a poco fueron descubriendo un sendero que los llevó hasta un riachuelo.
Después de esa experiencia no hubo algo más emocionante para ellos que escaparse de su casa para barranquear y descubrir hasta dónde llegaba el atajo descubierto.
Resbalarse por los senderos, usar las cepas colgantes de los árboles como columpios y algunos troncos como sube y baja era parte de la aventura que disfrutaban por el nutrido bosque, húmedo y caluroso.
Los frutos de los árboles servían para mitigar el hambre y la sed, las ramas más pobladas siempre ofrecían buena sombra, así como el mejor lugar para descansar. También, algunas especies endémicas como roedores eran los acompañantes habituales en cada una de sus expediciones.
Las inagotables ganas de experimentar en un ambiente natural hizo que sus recorridos fueran más extensos de lo habitual, hasta que un día, sin imaginarlo llegaron “hasta el otro lado de la ciudad”.
La angustia que provocaban sus escapadas era una tortura para sus padres, siempre que lo hacían, en ocasiones hasta llamaban a la policía para localizarlos.
En los noventa (y en la actualidad), recrearse como lo hizo Daniel y sus hermanas era casi imposible, para un menor de edad. Los barrancos siempre han sido mal vistos y muchas generaciones perdieron la oportunidad de barranquear para conocer la naturaleza y aprender de ella. Quizá por eso no se valora ni se da importancia a lo indispensable que son para nuestra existencia.
Barranqueando, primer lugar en Italia
Los barrancos ocupan el 42 por ciento del territorio de la Ciudad de Guatemala y buena parte de los 2 millones de personas que la habitan los han convertido en aéreas pobladas y de mucha contaminación.
¿Sabías que el barranco descrito en este Relato existe y que lo puedes conocer?
Es la esencia de Jungla Urbana, iniciativa que busca que el barranco que une Vista Hermosa 2, zona 15, con la zona 10, además de ser un espacio de recreación público pueda convertirse en un parque ecológico de 6 manzanas.
“El barranco siempre ha estado y ha existido como algo tan orgánico, que no te percatas de su importancia. La percepción ahora es otra, sobre todo lo cerca que estamos de lo que considerábamos el otro lado de la ciudad”, relata Daniel Gálvez.
El proyecto Barranqueando ganó el primer lugar con un cortometraje en la Biennale Spazio Pubblico 2017 en Roma, en la categoría “Tercer Paisaje”. Fue presentado por el arquitecto guatemalteco, Julián Castillo, y es impulsado por las firmas Torus, Taller ACÁ, RAD y JCH.
Relato hizo un recorrido por Jungla Urbana, con Daniel y Julián, para conocer parte del trabajo que se realiza como catalogar los árboles, plantas y el tipo de aves que pueden observarse.
Además, de conocer los tres senderos principales, vimos los vestigios de un puente de piedra, construido aproximadamente en 1900, un mural pintado por Ana Martínez Mont y lo imponente de los edificios de la Zona Pradera, que contrastan con un asentamiento que colinda con el barranco.
La iniciativa Barranco Invertido pretende que la connotación de estos deje de ser negativa y se transforme en parques ecológicos.
Gran parte de los barrancos de la Ciudad de Guatemala están contaminados y descuidados por falta de tratamiento de aguas residuales y el mal manejo de desechos sólidos. Estos han sido deforestados y en ellos se han formado asentamientos formales e informales que ponen en riesgo la vida de miles de personas, además de los ecosistemas que existen dentro de cada uno.
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