Hasta que cumplió los 29 años, todo parecía regular a su alrededor pero una mala decisión le dio un vuelco que jamás habría imaginado. Perdió sus brazos y a partir de allí, comenzó una nueva vida.
Raúl Pérez creció en un hogar conflictivo. Es hijo único y por mucho tiempo, su madre intentó alejarlo del alcoholismo que sufría su padre, quien era propietario de un gimnasio y maestro de artes marciales. Ella trabajaba en un supermercado y era el ejemplo de responsabilidad y honestidad.
En su vacaciones, durante toda su niñez y parte de su adolescencia el atleta viajó a Quetzaltenango, así se fue haciendo más independiente. Al fondo de su maleta siempre iba un pantalón, una camisa y ropa interior nueva para el estreno de Navidad, enseñándole sobre disciplina
Pasaron los años, Pérez alcanzó muchos éxitos en el karate y en su vida personal. Se graduó como Perito Contador del América Latina y comenzó a estudiar ingeniería. Fue contratado en una exportadora de café y luego se trasladó a una compañía que pertenecía a la corporación de la Empresa Eléctrica.
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El 1 de abril de 2003, más de 7,600 voltios entraron a su cuerpo. La factura de esa mala decisión le arrebató ambos brazos.
Estando aún en proceso de rehabilitación, sin trabajo, con recursos limitados y sin idea de lo que haría con su vida, recibió la invitación para formar parte del equipo de atletismo del IGSS.
Con ganas de comerse al mundo, Raúl se inscribió a varios eventos: pista, salto largo, lanzamiento de jabalina con prótesis, además de dorso y estilo libre en natación. Su vida comenzaba a recuperar el color pero otra nueva condición lo pondría en jaque.
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Meses después de la descarga eléctrica, se le detectó un tumor en el testículo izquierdo. El 23 de julio ingresó al quirófano y nuevamente fue amputado. Su diagnóstico en patología no fue alentador. Las células cancerígenas ya habían alcanzado uno de sus pulmones, el hígado, un riñón y el páncreas. Su proyección de vida se reducía a tan solo tres meses.
Vehemente, decidió participar en los Juegos Nacionales para personas con discapacidad. Estaba en el segundo ciclo de quimioterapias y el desgaste era extremo. Terminaba sus jornadas entre desmayos y cansancio al límite. Ganó una medalla y eso lo motivó a seguir luchando.
Poco a poco se fue involucrando más en el movimiento paralímpico. Sin patrocinadores, ni apoyo, sin recursos, se fue abriendo camino por sus resultados deportivos. Dedicó más tiempo a sus entrenos y finalmente logró la marca para competir en los Juegos Parapanamericanos en Río de Janeiro.
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Días, meses, años pasaron y aunque aún las secuelas de las quimioterapias se hacía presentes en la rutina, Raúl continuaba con ímpetu corriendo directo a su destino. Tras su participación en Brasil, buscó un entrenador nuevo. Dejó el resto de deportes para enfocarse por completo al atletismo y en 2008 viajó a Cuba. En la isla alcanzó sus primeros dos oros y poco a poco ha acumulado más medallas.
Actualmente, diez años más tarde, este guatemalteco ocupa uno de los mejores puestos en el ranking mundial de su categoría, según el Comité Paralímpico Internacional y ha evaluado la posibilidad de cambiar la dinámica dentro de la disciplina.
Con 43 años, es encargado de proyectos relacionados a la seguridad industrial y conferencista. También disfruta a su familia, su esposa Lilly Martínez, Diego su hijo y dos pequeños nietos, con quienes comparte en su casa, con exterior celeste con portón blanco ubicada en un callejón de la zona 7 y espera retomar su carrera universitaria.