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Son las 2 a.m., nadie ha comido, y se acostaron a descansar cuando el sol recién se había puesto. Con escasas siete horas de sueño, la familia Juárez, tomateros de tercera generación salen a ganarse el sustento.

Los diez miembros del clan trabajan en la llamada “TOMATERA” de La Terminal. Algunos con a penas 13 años, deben trabajar contra reloj, pues a las 8:30 a.m. estarán sentados en pupitres recibiendo clases de Ciencias Naturales.



Aunque nunca concerémos las caras de los Juárez o de Chepe Pelos, por toda la terminal quedan las evidencias de sus negocios y sus productos. 

Otros en cambio siguen la jornada hasta las diez de la mañana, cuando hay que cuadrar cuentas y devolver a Chepe Pelos su tajada del pastel. Ese 5 por ciento que fue pactado un día antes y que es la principal preocupación de los adultos, “cumplir con el préstamo”.

Chepe Pelos, el banquero de la Terminal

Chepe Pelos, como le conocen los Tomateros de La Terminal es una especie de Banco, Ministerio de Economía y SAT. Chepe debe saber el precio de venta del día, calcular el del siguiente y cobrar intereses por el Q1 millón que presta diariamente.

Chepe estudió en una escuela pública de la capital, hasta el tercer grado. Su formación financiera viene de contar los vueltos que su padre le pedía y su abuelo le confiaba.

“Guardar, contar y volver a guardar”,

era el lema de mi abuelo relata Chepe. Hoy esa enseñanza se traduce en astucia para los negocios.

Además de prestar fondos a los comerciantes, Chepe Pelos debe vigilar que su inversión se mantenga segura y para ello dispone de un grupo de seguridad que garantiza la libre locomoción de los comerciantes de La Terminal.




La función de estos es de cobradores y de una especie de policía privada. A diferencia de los Ángeles Justicieros, los miembros del cuerpo de seguridad de Chepe se ubican estrictamente en los lugares donde su jefe tiene intereses, o dinero prestado.

La relación de los Juárez con Chepe Pelos siempre ha sido de mucho respeto, admiración y una intrincada interdependencia. “Desde que mi abuelo llego acá a La Terminal a vender a finales de los años 70, ya había un Chepe, solo que se llamaba de otra manera y hoy es un familiar de éste con el que trabajamos”, relata.

Chepe confiesa que ve en los Juárez, como en muchas familias que le prestan fondos, personas dedicadas al negocio, y ésta es la clave para tener éxito en La Terminal. Los Juárez en cambio ven en Chepe la certeza de poder llevar comida a la mesa y tener un trabajo digno.

Lo de Chepe y lo de los Juárez

Justo antes de que el reloj marque las 10 a.m., los gritos y empujones de los compradores de tomate empiezan a perder fuerza. A cada quien lo suyo y los camiones se empiezan a cargar, algunos irán al CENMA, mercados como La Placita Quemada o La Villa de Guadalupe.

Al final de la jornada en promedio los Juárez habrán vendido Q40 mil de tomates, pero habrán invertido unos Q30 mil en comprar a las tres de la mañana. La resta lógica les daría una utilidad de Q10 mil, sin embargo las cuentas son las cuentas.

A Chepe Pelos deberán devolverle sus Q30 mil más un 5 por ciento de intereses. Esto dejara al clan de 10 con Q8 mil 500 por las labores del día.




Chepe en cambio recibirá su dinero de vuelta, pagará los servicios de seguridad de sus agentes y guardará un margen como utilidad del día. Además le tocará ver el comportamiento de las ventas de otros locales y decidir si la mañana siguiente será buen negocio prestar dinero a los tomateros o repartir los fondos y minimizar el riesgo.

Llegadas las tres de la tarde, el clan Juárez se vuelve a reunir. Jóvenes y adultos comentan lo sucedido en el día y buscan nuevamente a Chepe Pelos para pactar la tasa de interés con la que trabajarán la madrugada siguiente.

Con el negocio pactado, la familia se retira a su vivienda en la parte de atrás de uno de los locales. La hora de la cena llega mientras la mayoría salimos de nuestro trabajo y antes de que lleguemos a nuestras casas los Juárez se habrán dormido. 

Fotos: Marvin Del Cid

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