Relato de un espanto en un parqueo de la zona 1 (Primera Parte) | El Blog de Juan imagen

¿Real o ficticio? Juzguen ustedes. Este es el relato que me pidieron que les contara: la historia de un estacionamiento, un espanto y una esquina que cambiaron la vida de Don Chayito.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Me hizo una solicitud inusual pero quizás fue nuestra amistad la que le dio la confianza para contarme su historia y permitirme que la compartiera. Le dije que lo haría, pero que esperaría hasta octubre (el mes de Halloween) por tratarse de una historia de terror. Ficticia o no, Don Chayo (o Chayito, como le decimos “sus amigos” y clientes) asegura que lo que vivió cambió su forma de ver el mundo material y su rutina para siempre. 

Don Chayito trabaja en un parqueo de la zona 1, cuya dirección exacta no puedo, o no debería revelar. Mis prácticas como reportero y la tarifa con descuento de su parqueo nos obligaron a vernos la cara, saludarnos y despedirnos todos los días durante casi dos meses. Por eso de lunes a sábado, durante junio y julio, parqueaba mi carro en su estacionamiento y me iba caminando un par de calles hasta llegar al trabajo. 

Los primeros días, las frases que intercambiábamos no iban más allá del “Buenos días, Don Chayito” a las ocho de la mañana y el “Hasta mañana, Don Chayito” a las cinco de la tarde. Pero poco a poco, y porque quienes me conocen saben que me es imposible no entablar una conversación, comenzamos a platicar más. Don Chayito es un personaje y “me agarró confianza” muy rápido; decía que le recordaba a su sobrino. 

El estacionamiento prohibido

Era sábado por la mañana, las 8:05 para ser exacto. Ya iba cinco minutos tarde y entré al parqueo lo más rápido que pude. El estacionamiento, que no era muy grande, tiene forma de L. Como era de esperarme, mi parqueo frente a la caseta de Don Chayito ya estaba ocupado, por lo que tuve que estacionarme en los últimos que quedaban, los más lejanos de la caseta y la entrada. 

Parqueé, agarré mi café y mi maletín y me bajé corriendo del auto. Don Chayito, por primera vez en tres semanas, había salido de su caseta y me miraba fijamente. Me acerqué para saludarlo. 

-¡Buenas buenas Don Chayito! Casi no encuentro parqueo hoy – le dije decidido a comenzar a trotar dos calles abajo para el trabajo.




-Si vi que se parquió hasta allá. Así que le aviso que la próxima mejor se viene más temprano y se queda más cerquita Dieguito. No me gusta que la gente se parquee ahí en esa esquina. Es peligroso…

Me detuve. ¿Desde cuándo el dueño de un parqueo te dice que es peligroso parquearse en su establecimiento? ¿Cuál era el peligro? El parqueo parecía ser bastante seguro. Dudé unos segundos y me di la vuelta. Esta conversación iba a tardar un poco, pero ya iba tarde al trabajo y unos minutos más valdrían la pena.

-¿Por qué dice?

-No es por los ladrones. Esos no se meten aquí. Le digo que es por los fantasmas que se recorren esa esquina.

-¿Fantasmas? ¡Cómo va a ser Don Chayito!

-A mi nadie me cree. ¿Usted es periodista va?

-Casi, estoy a un par de meses de graduarme…

-Va pues entonces le voy a contar la historia. Usted la escribe y me dice si me cree o no. 

La cara de mi jefe se me pasó por la mente. Me calmaron las mil excusas que me inventé que podría darle por mi tardanza. Acto seguido, caminé hacia la caseta con Don Chayito, quien entro, se puso cómodo en su banco y se acercó a la ventana en donde le esperaba yo tras los barrotes verdes. 

-Fue el primer año que trabajé aquí. Siempre que pasaba por esa esquina me daba un “no sé qué”. Mire Dieguito, nosotros podemos sentir ciertas cosas que no vemos. Nos enamoramos y sentimos el amor. Pero también nos asustamos y sentimos el miedo. Cada vez que yo paso por ahí me siento raro.  

-¿Pero qué siente, Don Chayito? ¿Y por qué específicamente en esa esquina? ¿Es solo una esquina o no?

-No sé Dieguito. Me dan como escalofríos. Yo no soy miedoso pero en serio que no me gusta merodear por ahí. Sobre todo después de esa noche. Mire antes cerrábamos a las ocho, a veces nueve, pero después de ese día y de que yo le rogara al jefe decidimos cerrar a las cinco. 

-¿Pero qué pasó?

La noche del diablo

Eran las siete de la noche de un martes. Por alguna razón, el parqueo se había vaciado desde las seis y media y Don Chayito estaba merodeando por el estacionamiento, reflexionando sobre la vida e imaginándose su Gallo bien fría esperándole en la mesa de su casa cuando regresara. Estaba saboreando la cerveza en su mente cuando pasó por esa esquina y sintió algo extraño. Un miedo sin explicación. Se quedó viendo fijamente a la nada; a los cinco espacios para parquear que están en esa esquina oscura. Sentía que algo lo miraba fijamente. Al principio pensó que era un “caco” y se acercó. No había nadie ni nada, solo una esquina vacía. Pero seguía sintiendo miedo. Decidió regresarse a la caseta, encender la radio y esperar a que pasaran las horas. Pero al darse la vuelta, lo sintió de nuevo: la mirada clavada en su espalda. Un escalofrío lo obligo a trotar al refugio y encerrarse.

-Me quedé con las luces prendidas viendo fijamente el lugar. Desde aqui no se ve toda la esquina, mire – Don Chayito hizo un gesto para que hiciera la prueba y lo comprobara. En efecto, desde ahí no se miraba la esquina ya que el parqueo tenía forma de L y el “espacio aterrador” estaba justo en la cola. 

-Cabal, no se logra ver bien…

-Exacto. La cosa es que pasé así una hora. Algo me miraba, pero yo lo miraba fijamente haciéndome el fuerte aunque en el fondo estaba asustado. A las ocho agarré mis cosas y me fui a mi casa. Esa noche ni tres cervezas me quitaron el miedo. Lo peor es que el incidente comenzó a repetirse todos los días y poco a poco de “sentir” que algo me miraba, comencé a ver que algo se movía, que bailaba… era el mismo diablo. 

(Continuará…)

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