Todos en la vida tenemos un placer culposo, algo que sabemos que no nos aporta mucho, pero nos encanta.
Hay quienes disfrutan del alcohol, otros de las papas fritas con helado, algunos de los tatuajes y hay quienes se deleitan con cosas tan raras como los zompopos.
Yo soy gustoso de la Lucha Libre. Desde niño me encantó ese enfrentamiento entre el bien y mal, entre rudos y técnicos, entre ángeles y demonios.
Mi papá tuvo la gran oportunidad de narrar contiendas de grandes leyendas como el Cavernario Galindo, Mil Máscaras y hasta El Santo.
Mi hermano Francisco, también es un gran fanático y ese es uno de los grandes temas de conversación entre nosotros.
Hace un par de meses vimos en Facebook que venía unos de esos luchadores que siempre hemos admirado, Pedro “Pirata” Morgan. Nuestras esposas pensaron que era una broma cuando les dijimos que iríamos a ver las luchas a la Arena Guatemala-México en la colonia Ciudad Real en la zona 12. En cambio un gran amigo nuestro y su hermana se entusiasmaron con la idea y nos fuimos.
Chochi, nuestro amigo, nos ofreció ir en la comodidad de su camioneta. Tuvimos que buscar en Waze la forma de llegar al recinto, aunque siendo honestos nos pasamos un par de cuadras la primera vez.
Mi hermano llevaba una linda playera de Mil Máscaras que había comprado en la Ciudad de México, misma que de inmediato causó comentarios entre los niños. Llegamos a eso de las cinco y media de la tarde, por lo que ya comenzaba a oscurecer.
En la entrada se podían ver algunos artículos en venta, recortes de periódicos y hasta un rótulo en cual se daba a conocer tanto el costo de las entradas como el valor de tomarse una foto con los luchadores. El valor del boleto era de veinte quetzales y cobraban cinco más por tener la oportunidad de fotografiarse junto al gladiador.
A unos pasos de la entrada había una venta de comida típica, tacos, tostadas, chuchitos y hasta plátanos en mole. El recinto es sencillo, pero sin duda tiene muchas horas de trabajo de un herrero habilidoso. Sobre el ring cuelga una estructura metálica en forma de estrella que sirve para colocar la iluminación.
Con el paso de los minutos todos tomaban su lugar. Una señora se colocó en primera fila y tuvo la mejor catarsis que he visto en mi vida. La señora insultaba a placer a los rudos. Sus gritos eran viscerales, estridentes, de esos que nos hacen olvidar los problemas. Yo no tenía más que sonreír de la rica experiencia que estaba viviendo.
Luego de casi una hora en la Arena tuve necesidad de entrar al baño. Siendo sincero, el baño estaba mucho más limpio que el de casi cualquier concierto de alto costo al que he podido asistir.
Ya embebidos en el ambiente, sin ningún prejuicio, me atreví a increpar al árbitro, mientras mi hermano cuestionaba la vestimenta de El Hacha Diabólica. La señora seguía descargando su furia contra los rudos y La Nena se devoró una porción de mole.
Las cinco luchas del programa fueron muy entretenidas. Fue impresionante ver al Hijo de Máscara Sagrada, un luchador corpulento que sin duda tendrá reconocimiento internacional. Por Guatemala lo mejor fue El Pescador de Palopó, chiquito pero picoso.
El resultado de la lucha estelar fue lo de menos, ya que el legendario Voltron retuvo sin mayores problemas su Champion Du Monde.
Yo soy originario de la zona cinco, terreno custodiado por el mítico Alacrán. El Astro de Oro vivió mucho tiempo a la vuelta de mi casa, aunque él siempre lo ha negado. El Astrito de Oro sigue cuidando carros en la Cevichería Los Chavos y Tonito, el réferi, siempre será recordado por estos lares.
Yo entiendo a quienes cuestionan mi gusto por la Lucha Libre, pero nadie me engaña, yo sé que no es real y sin embargo lo disfruto muchísimo.