Crónica: Un chapín en Tierra Santa (I) imagen

Hace un año emprendí uno de los viajes más increíbles que he hecho. Hoy, por el aniversario de aquella aventura, me veo en la obligación de recordarlo y compartirlo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Dicen que los viajes inician al momento de poner un pie en el lugar que se visita. Para mí, comienzan desde que se planean. Mi viaje a Israel (una aventura que cambió, como era de esperar, mi manera de ver el mundo) fue genial, en gran parte, gracias a la preparación previa que tuve, al guía que me acompañó en todo el trayecto y a la compañía.

Desde que supe que tendría la oportunidad de conocer Tierra Santa, mi principal interés fue experimentar la convergencia cultural y religiosa forzada en un lugar histórico, político y religiosamente tan importante para tantas personas alrededor del mundo por más de veintiún siglos. Quería experimentar cómo era esa coexistencia entre judíos, católicos, musulmanes, armenios, egipcios y ortodoxos (digo coexistencia porque una “convivencia” no es el resultado de soldados armados en cada esquina y banderas palestinas ocultas en algunas casas). Solo estando allí es cuando te das cuenta de lo increíble que es el ser humano para poder tener tantos tipos de fe, tan distintos pero, a la vez, tan parecidos.

Finalmente, creo que un viaje no tiene trascendencia si no se comparte. Ya sea con otras personas al momento de estar realizándolo o después, cuando lo relatas en un almuerzo familiar o con unas cervezas en la mano, acompañado de buenos amigos. O bien, cuando lo escribes para compartirlo con cientos de personas. 

Después de una lectura rápida (y he de reconocer que un tanto mediocre) de los pasajes del Nuevo Testamento de la Biblia, una serie de documentales sobre Israel, Jerusalén y el conflicto Palestino-Israelí y un estudio del mapa de Tierra Santa, llegó el día en que tuve que montarme en un avión para poner mis tenis americanos “Nike” en el Oriente Medio. No iba solo, me acompañaban 13 paisanos más y cuatro hondureños. 

Aterrizar en Tel Aviv fue como transportarme a New York. Ilusamente, los americanos creemos (aunque por lógica sabemos que no es así) que esa parte del mundo es un desierto y nada más. Por eso nos sorprendemos al ver una ciudad tan desarrollada, tecnológica, grande y cosmopolita. Mi estancia en la capital de Israel (es Tel Aviv, no Jerusalén – este tema lo abordaremos en otro espacio) fue muy breve porque fuera del aeropuerto estaba esperándonos quien se convertiría en el protagonista del viaje: Adrián.



Imagen: Spanish Travel

Adrián, el “judío que no es tan judío”.

Fue el protagonista porque tenía una historia para todo. Como buen guía, era una enciclopedia de historia, memorias, vivencias y opiniones sobre Tierra Santa y cada esquina que visitamos. Adrián era su nombre y su peculiar acento argentino mezclado con hebreo lo hacían sonar muy gracioso. A los cinco años se mudó de Argentina a Israel, con su padre, gracias a una especie de convenio y facilidades de migración que tienen los judíos de todo el mundo con este país. De religión judía, pero “sin ser practicante”, Adrián hizo realidad una teoría de mi hermano: “El 50 por ciento del éxito de tu peregrinación a Tierra Santa dependerá de tu guía”.

Con Adrián en el bus y el reloj señalando las 11:30 de la noche, nos volvimos a sentar para un viaje de dos horas hacia Haifa, una ciudad que nos tenía preparadas unas excelentes vistas y un sorprendente descubrimiento: los Bahai. 



Imagen: Lonely Planet

La impresionante Haifa

Luego de una calurosa (literal) bienvenida a su país, Adrián nos indicó que subiéramos al bus de NewStar Tours. Con el reloj señalando las 11:30 de la noche, nos volvimos a sentar para un viaje de 90 kilómetros a la ciudad norteña de Haifa, la tercera más grande del país. Mi desordenada curiosidad por saber la etimología de los nombres de las ciudades y el lento WiFi del bus me llevaron a descubrir que “Haifa” significa “Playa Hermosa”, en hebreo. La oscuridad de la noche me impedía darme cuenta del porqué del nombre. Pero bastó con que amaneciera al día siguiente y abriera las ventanas del Monasterio del Monte Carmelo, en el que nos estábamos hospedando, para darme cuenta de que, en efecto, Haifa era una Playa Hermosa.

“Escuchen, Guatemala”, decía Adrián mientras nos llevaba por el tour en la ciudad al día siguiente. “Esta ciudad, erigida en las laderas del Monte Carmelo, es rica en historia y de acuerdo con su viaje de peregrinación, es perfecta por su protagonismo en tiempos bíblicos. Solo los siglos han sido testigos de una ciudad que ha cambiado de manos, estafetas y poder. Haifa ha sido gobernada por hebreos, persas, asmoneos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, otomanos, egipcios, británicos y ahora israelíes”, agrega. 

Escuchaba con atención lo que decía Adrián y al mismo tiempo me deleitaba con las vistas. La ciudad estaba bañada en historia. Allí estaba la que supuestamente fue la Cueva de Elías, visitamos la Iglesia Stella Maris, donde se cree que fue el primer lugar donde se hizo culto a la Virgen María, por primera vez, a cargo de las carmelitas descalzas. Fuera de esta iglesia está un monumento en homenaje a los soldados de Napoleón, que se tuvieron que refugiar dentro de esta construcción en 1799. Sí, hasta Napoleón llegó a Haifa… o Haifa llegó a él. 




(Continuará)

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